La mayoría de las conversaciones difíciles no salen mal por lo que decimos.
Salen mal por cómo lo decimos cuando estamos calientes.
Hay un micro-momento —a veces un segundo— donde sentís que algo se te activa adentro. Tu respiración cambia, tu tono cambia, tu cuerpo cambia. Y si respondés desde ahí, ya sabés cómo termina.
La buena noticia: ese segundo se puede entrenar.
El ejercicio más simple que enseñé este año
Cuando sientas la subida emocional:
Mirás un objeto cercano (una lapicera, un vaso, la mesa).
Lo describís mentalmente durante 3–5 segundos: color, forma, textura.
Eso corta la reacción automática y te devuelve al modo pensamiento. Literalmente tu cerebro vuelve a encender la parte que te ayuda a decidir mejor.
Una frase que desactiva el conflicto al instante
Si la conversación está cargada, usá esta línea:
“Quiero entender bien lo que quisiste decir. ¿Podés contármelo de otra forma?”
Es firme sin ser agresiva. Respeta sin permitir atropellos. Y abre un espacio donde la otra persona baja la guardia.
Un prompt para practicar en casa (sí, hoy mismo)
Copiá y pegá esto en tu IA favorita:
Quiero mejorar mi capacidad de mantener la calma en conversaciones difíciles.
Actuá como una persona que me dice algo que me enoja.
Dame una frase desafiante y esperá mi respuesta.
Cuando responda, evaluá mi tono, mi calma y mi claridad.
Dame una opción 2 (más tranquila) y una opción 3 (más profesional).
Repetí el ejercicio 5 veces.
En 5 minutos vas a ver tu estilo comunicacional de una forma totalmente nueva.
La calma no es un talento. Es un entrenamiento. Y, cuanto más la desarrollás, más fácil es liderar, negociar y vivir en paz.
Si querés que prepare un entrenamiento corto sobre esto, respondé con un “Quiero”, porque un “Si, quiero” lo reservamos para otra ocasión. 🙂